Tokio Blues

Pero lo cierto es que mi memoria se ha ido alejando de aquel prado y son ya muchas las cosas
que he olvidado. Al escribir así, persiguiendo mis recuerdos, a menudo me asalta una inseguridad
terrible. ¿No estaré olvidando la parte más importante? ¿Acaso no existe en mi cuerpo una
especie de limbo de la memoria donde todos los recuerdos cruciales van acumulándose y
convirtiéndose en lodo?
Esto es cuanto puedo conseguir por ahora: asir con fuerza dentro de mi pecho unos recuerdos
incompletos que ya han palidecido y siguen palideciendo a cada instante que pasa, y escribir estas
líneas con la desesperación de un hombre que va chupándose la médula de los huesos. Ésta es la
única forma de mantener la promesa que le hice a Naoko.
Tiempo atrás, cuando todavía era joven y mis recuerdos eran mucho más nítidos que ahora,
intenté escribir varias veces sobre Naoko. Pero entonces fui incapaz de escribir una sola línea.
Era consciente de que una vez brotara la primera frase, las restantes fluirían espontáneamente,
pero ésta jamás brotó. Todo era demasiado nítido, y yo nunca supe cómo moldearlo. El mapa más
detallado puede no servirnos en algunas ocasiones por esta misma razón. Pero ahora lo sé. En
definitiva —así lo creo—, lo único que puedo verter en este receptáculo imperfecto que es un
texto son recuerdos imperfectos, pensamientos imperfectos. Y cuanto más ha ido palideciendo el
recuerdo de Naoko, más capaz he sido de comprenderla. Ahora sé por qué me pidió que no la olvidara. Por supuesto, ella intuía que mi memoria la borraría algún día. Por eso me lo pidió:
«¿Te acordarás siempre de que existo y de que he estado a tu lado?».
Este pensamiento me llena de una tristeza insoportable. Porque Naoko jamás me amó.


Murakami Haruki

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